La evolución del utillaje futbolístico

Jueves 26 de abril de 2012.– El fútbol ha evolucionado hasta tal punto que casi no se reconocen en él sus orígenes humildes, y este progreso se refleja en el equipamiento utilizado.
Desde las botas y el uniforme hasta el balón, los jugadores actuales trabajan con herramientas considerablemente diferentes a las que sus predecesores tenían a su disposición. FIFA.com repasa todos estos cambios.

El balón

Si bien tenemos constancia de que en la Edad Media se usaban cabezas de cerdo a modo de pelota, los primeros balones especialmente dedicados al fútbol se elaboraron con vejigas de animal, infladas a soplidos y después anudadas a mano. Sin embargo, la facilidad con la que se reventaban dichas vejigas obligó a buscar una versión más sólida. En los siglos XVIII y XIX, en Gran Bretaña se fabricaban ya balones de cuero recubiertos de corcho, mientras en el resto del mundo se empleaba la goma y la lana. A mediados de la década de 1800 se produjo un gran adelanto con la invención de una cámara de aire, fabricada con caucho de la India, y una bomba para hincharla. Este adelanto garantizó por fin, y por primera vez en la historia, la esfericidad del balón.
En 1872, la Asociación Inglesa de Fútbol fijó el primer reglamento, en el que se especificaba que el balón debía ser esférico, recubierto de cuero, con una circunferencia de 68 centímetros y un peso de entre 396 y 453 gramos al comienzo del juego. La referencia al peso en el momento del saque inicial establecía un distinción muy importante, puesto que, en aquellos días, los balones tenían propensión a absorber el agua y a menudo llegaban a duplicar su peso durante el transcurso de un partido. Si a esto se le añaden las cuerdas con las que estaban cosidos, cabecearlos tenía que ser peligroso de necesidad. Como consecuencia, las conmociones cerebrales estaban al orden del día.
Existían además variaciones regionales, un apartado en el que cabe destacar la primera final de la Copa Mundial de la FIFA™ en 1930. Como Argentina y Uruguay se habían llevado sus propios balones, antes del partido ambos contendientes se enzarzaron en una enardecida discusión sobre cuál usar. ¿El acuerdo? La pelota de Argentina se utilizaría durante la primera parte, y la de Uruguay en la segunda. Muy posiblemente aquel cambio en el descanso resultó decisivo para la que la Celeste transformara su desventaja de 2-1 en un triunfo histórico (4-2). El balón se convirtió en un factor importante también durante la final de 1934, cuando Italia, que iba perdiendo por 1-0 ante Checoslovaquia a falta de ocho minutos para la conclusión, igualó el marcador con un disparo de Raimundo Orsi que adquirió gran efecto en pleno vuelo, cambió de trayectoria bruscamente y superó al incrédulo guardameta. Los Azzurri alzaron la Copa. Al día siguiente, Orsi intentó veinte veces repetir aquella rosca para los fotógrafos expectantes, ¡y falló en todas!
Con frecuencia, la pelota iba deformándose conforme avanzaba el partido, un hecho que podría haber influido decisivamente en la trayectoria del chute de Orsi. Adidas empezó a suministrar balones a las competiciones de la FIFA en 1970, y el primero de ellos fue el emblemático Telstar. Aunque todavía de cuero, estas pelotas incorporaban el avance de estar recubiertas de un poliuretano especial que impedía la absorción de agua. Sin embargo, habría que esperar hasta México 1986, y el adidas Azteca, para que la Copa Mundial de la FIFA viera su primer balón completamente sintético. En años posteriores se han producido muchos más hitos en la fabricación de las pelotas de fútbol: en 1998, la Tricolore abandonó por primera vez el sempiterno blanco y negro, y el Teamgeist de 2006 y el Jabulani de 2010 alcanzaron nuevas cotas de sofisticación tecnológica.

Las botas

Las primeras botas de fútbol de las que hay constancia pertenecieron nada más y nada menos que a Enrique VIII. El calzado se menciona en la relación del famoso “gran armario” de este rey inglés, fechada en 1526. Las reseñas describen que las botas reales estaban elaboradas en un cuero muy fuerte, cubrían el tobillo y eran más pesadas que el calzado normal de la época; un modelo que se mantuvo inalterado a lo largo de los siglos.
En el siglo XIX, los futbolistas seguían jugando con botas de trabajo muy pesadas, que incluían cordones muy largos y punteras de acero. El único avance importante consistió en clavarles tacos de metal a las suelas, que proporcionaban mejor agarre en superficies resbaladizas. En 1925 nacieron los tacos intercambiables, que se quitaban y ponían según las condiciones del terreno, aunque tuvo que pasar otro par de décadas para que al objetivo principal de la mera protección del pie del jugador se le añadiera el de proporcionar al futbolista un calzado adecuado para el control, el pase y el regate.
La década de 1960 trajo consigo mejoras importantes con la introducción de las primeras botas por debajo del tobillo, mientras que los años 70 anunciaron una nueva era con la inclusión del patrocinio en las botas de las grandes estrellas, algunas de las cuales llegaron incluso a calzarse las primeras botas totalmente blancas. En 1990 se produjeron más avances tecnológicos. Los tacos rectangulares, de filo, se presentaron al mismo tiempo que Adidas lanzaba sus pioneras Predator, diseñadas para proporcionar más tracción en las zonas con las que se chuta el balón.
Tras el énfasis de las Predator en la potencia y las fintas, los fabricantes se están concentrando últimamente en la ligereza. De hecho, mientras que los futbolistas del siglo XIX jugaban con un calzado que podía llegar a pesar más de un kilo en un terreno mojado, los actuales disfrutan de botas de poco más de 150 gramos, menos de un quinto de su antiguo peso.

El uniforme

Enrique VII poseía unos botines de fútbol ya en el siglo XVI, pero la idea de que los integrantes de un equipo vistieran camisetas del mismo color no arraigó hasta mediados del siglo XIX. Las primeras prendas uniformes se observaron en los partidos entre colegios privados ingleses de la época, aunque lo normal era distinguir los equipos por el color de sus gorras o de sus bandas.
Hacia 1867, sin embargo, un manual de fútbol aconsejaba que lo mejor era intentar "que un equipo lleve la camiseta de un color, pongamos por caso rojo, y el otro de un color diferente, por ejemplo azul". Para 1870, los colores se habían convertido en un ingrediente básico del juego, y muchos clubes, como el Blackburn Rovers, adoptaron diseños inmutables hasta la fecha.
También se produjo el abandono paulatino de los bombachos o calzones largos, a menudo sujetos con cinturones o tirantes, a favor de los pantalones cortos que se han convertido en la norma de los uniformes modernos. Siguieron otros avances, muy familiares en la actualidad, como la regla de 1909 que estipulaba que los guardametas debían vestir un color distinto al de los jugadores de campo, o el decreto de 1921 por el que se obligaba a los equipos que jugaran a domicilio a llevar una segunda equipación en el caso de que sus colores pudieran confundirse con los del rival.
Por aquella misma época se experimentó con la numeración y los dorsales, aunque no se convirtió en práctica habitual hasta después de la II Guerra Mundial. Con la internacionalización del fútbol llegaron también materiales y diseños mejores y más cómodos, y en las décadas de 1960 y de 1970 se produjeron los primeros intentos de comercialización de los uniformes. Para los años 80, la venta de réplicas y los contratos para la inclusión de logotipos de patrocinadores eran ya una práctica aceptada. Además, los colores (especialmente en las segundas equipaciones) habían ganado en atrevimiento hasta rozar, en ocasiones, la extravagancia.
Los números en los dorsales constituyen el hito más reciente en los avances de los uniformes de los equipos pero, a juzgar por todo lo expuesto anteriormente, no marcará el final de la evolución del utillaje futbolístico.

*Con información de la FIFA

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