Miércoles 14 de marzo de 2012.– Después de una trayectoria centelleante pero a veces ardua, la alemana Ariane Hingst disfruta ahora más que nunca del ocaso de su carrera al cabo de 15 años en la élite del fútbol. Un largo palmarés que incluye 174 partidos internacionales —la tercera mejor marca en los anales de la selección nacional— durante un periodo que abarca la era de oro del fútbol femenino alemán incluso conforme a los rigurosos criterios germanos, ha colocado a Hingst en el Olimpo de las futbolistas más ilustres.
Para muchas jugadoras, competir al máximo nivel a menudo supone tener que arreglárselas para estudiar, trabajar a jornada parcial o viajar al margen de su tiempo sobre los terrenos de juego. Tener ese tiempo extra puede, sin embargo, ser una de las ventajas en comparación con la ajetreada jornada laboral de sus homólogos masculinos.
Su retirada del fútbol internacional ha permitido a la veterana de 32 años emprender un viaje muy popular entre sus compatriotas: un recorrido veraniego y sin prisas por las bellísimas costas de Australia. A diferencia de la mayoría de sus paisanos, sin embargo, Hingst pudo combinar esas vacaciones, con las que había fantaseado durante más de una década, con su pasión por el fútbol.
Deseo largamente acariciado
Hingst sobresalió como defensa o mediocampista defensiva desde una edad muy temprana, y enseguida enfiló la estrecha senda del fútbol internacional. A sus tan sólo 19 años, la berlinesa jugó todos los partidos de la selección de Alemania en la Copa Mundial Femenina de la FIFA 1999, pese a ser la más joven del elenco. Un año después, Hingst se colgó una medalla de bronce con su país en el Torneo Olímpico de Fútbol Femenino en Sídney, ciudad que se le quedó grabada en la imaginación.
"Me llevé una grata impresión de los Juegos Olímpicos de 2000 porque me lo pasé en grande, así que decidí que algún día volvería a Australia", nos cuenta la zaguera, que hace poco satisfizo ese deseo fichando por el Newcastle Jets de la liga femenina australiana. "Normalmente a las futbolistas sólo nos da tiempo para ver hoteles y estadios; las sensaciones que percibes son muy fugaces. Dicho eso, si no hubiera sido por el fútbol, probablemente jamás habría tenido la oportunidad de venir a Australia. Me han dado una gran oportunidad y me siento muy agradecida por ello".
Hingst contesta un categórico sí cuando le preguntamos si está viviendo su sueño. "Es fantástico poder viajar por ahí y jugar al mismo tiempo", indica Hingst a FIFA.com arrullada por el ruido de las olas que baten la arena de las prístinas playas de Newcastle. "Algún día tendré que regresar a casa y encontrar un trabajo y empezar una nueva vida. He trabajado duro a lo largo de los últimos 15 o 20 años; es hora de gozar de la vida y de ver un poco de mundo".
"Es genial vivir en otro país y conocer una cultura diferente", recomienda Hingst, que también pasó dos temporadas en Suecia con el Djurgården. "Siempre hay tácticas y maneras de entrenar distintas en cada sitio, así que siempre aprendes cosas nuevas cuando viajas".
Un listón cada vez más alto
Con dos conquistas de la Copa Mundial Femenina de la FIFA, cuatro coronas europeas, tres medallas de bronce olímpicas e innumerables campeonatos de liga primero con el Turbine Potsdam y luego con el FFC Fráncfort, es difícil encontrar una sombra en el currículo de nuestra interlocutora. Pero sí hay una línea que brilla menos que las demás. La Copa Mundial Femenina de la FIFA en su país fue un raro pero significativo desengaño para Hingst. Pese al masivo respaldo de los seguidores locales, o tal vez en parte por eso, según Hingst, el equipo entonces campeón del mundo mordió el polvo en cuartos de final contra el posterior vencedor del certamen: Japón.
"Teníamos unas enormes expectativas, y quizá fuera ése el mayor problema", apunta Hingst. "Sabíamos que teníamos mucha presión encima, pero la mayor presión era la que nos metíamos nosotras. Creo que en el fondo de nuestras cabezas pensábamos: 'Tenemos que hacer algo especial'. Eso nos entorpeció un poco, y nunca alcanzamos nuestra talla. Por un lado, acudían multitudes a vernos entrenar y la gente no cesaba de reconocernos por la calle, de modo que fue una experiencia única. Por el otro lado, era difícil incluso salir del hotel sin llamar la atención; nuestra privacidad estaba muy limitada. Toda esa experiencia fue algo que tal vez nos costó asimilar".
Japón sólo había ganado 3 de los 16 partidos que había disputado en la cita mundialista antes de Alemania 2011, pero su acceso al trono global es en cierto modo un paradigma de lo rápido que está cambiando el fútbol femenino. La veteranía de Hingst en cuatro Copas Mundiales Femeninas de la FIFA le da un excelente punto de vista para juzgar ese avance.
"Te das cuenta de que las distancias entre los países se están estrechando de Mundial en Mundial", analiza. "Ahora se pueden nombrar hasta una decena de equipos capaces de contender por el título. Antes sólo había tres, o a lo sumo cuatro. Incluso físicamente, las futbolistas son cada vez más rápidas y más fuertes. En 2003 pensábamos que jugábamos rápido, pero si comparamos aquella velocidad con la de 2007 y luego con la de 2011, está claro que el ritmo se ha acelerado increíblemente".
Puede que Alemania 2011 no tuviera un final feliz para las anfitrionas pero para una de las más leales servidoras del combinado teutón, el paso del tiempo ha curado las heridas. "Haber jugado un Mundial en casa siempre será un recuerdo imborrable", afirma Hingst. "Ahora, a medida que pasa el tiempo, los recuerdos positivos prevalecen sobre la decepción. No siempre todo puede ser perfecto, y experiencias como aquéllas fortalecen el carácter. Así que ahora echo la vista atrás y doy gracias por haber podido ser parte de aquello".
*Con información de la FIFA



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