Sábado 3 de marzo de 2012.– El triunfo de Zambia en la Copa Africana de Naciones 2012 implicó una catarsis, la culminación de un trayecto comenzado hace casi 20 años, tras el trágico accidente aéreo que en 1993 costó la vida a la mayoría de sus internacionales. La emoción exteriorizada por el equipo y el Presidente de la Asociación Zambiana, Kalusha Bwalya, único superviviente que queda de aquel plantel, prueba que la victoria fue mucho más allá del futbol.
Casos como este parecen más bien sacados de un cuento de hadas, y lo cierto es que no son muy habituales. Sin embargo, de vez en cuando el éxito de un equipo puede convertirse en un factor de unión para los hinchas, o incluso para todo un país, inundado por la emoción. FIFA.com se fija en gestas similares que se han ganado el corazón de los aficionados, y que han representado más que la simple conquista de prestigio o de títulos.
La Copa Africana de Naciones es el escenario de otras hazañas de esta índole. La clasificación de Libia para el certamen de este año, a pesar de la guerra civil que asolaba el país, y que obligó al equipo a disputar sus encuentros de casa en terreno neutral, fue un logro increíble. Supuso una inyección de moral en una etapa de grandes penurias, y la oportunidad de centrarse en algo más que el conflicto.
Un instrumento para la reconciliación
Pero 16 años antes de que eso sucediese, una nación festejó el final de decenios de división con un triunfo en su debut en el torneo. En calidad de país organizador, Sudáfrica —que ya había obtenido un año antes una heroica victoria en el Mundial de rugby, narrada en la película Invictus— alzó la Copa Africana de Naciones 1996, reforzando más si cabe sus nexos de unión. Nelson Mandela dijo a los jugadores durante el certamen: “Lo que están haciendo forma parte de la reconstrucción de Sudáfrica”.
El título continental de una disciplina que sus habitantes suelen considerar “el deporte del pueblo” catapultó a la fama a unos Bafana Bafana en su mayoría negros, y jugadores como Lucas Radebe, Doctor Khumalo y Mark Williams entraron así en la historia. En 1994, una vez levantada la prohibición de disputar el torneo, debido al apartheid, ver a futbolistas negros representar a su país, y ganar, fue para muchos un signo de que la nueva Sudáfrica estaba prosperando en el panorama internacional. La reacción de Radebe tras la victoria expresó el valor de esa unión: “Cuando gritas de emoción y todos gritan contigo, eso es unidad”.
El renacimiento de una nación a través de la victoria es algo que ya se había producido hacía algo más de 40 años, cuando Alemania Occidental ganó la Copa Mundial de la FIFA 1954™ después de la II Guerra Mundial. Cuando el equipo doblegó, contra todo pronóstico, a los Magiares Mágicos de Hungría en la final —en el famoso “Milagro de Berna”— los germanos se sintieron de nuevo aceptados por la comunidad global. La primera interpretación pública del himno nacional desde el final de la guerra no hizo sino ponerlo de manifiesto.
Ese logro se considera uno de los acontecimientos fundamentales en la fundación de la nueva Alemania Occidental. Horst Eckel, que actuó de medio derecho en la final, declaró que tuvo un impacto instantáneo sobre la estima de sus compatriotas. “La gente no decía que los jugadores de la selección nacional eran campeones del mundo, decía: ‘somos campeones del mundo’. De repente, se recuperó el sentimiento de unión de los alemanes”.
Cuatro años más tarde otro equipo viviría, en tierras alemanas, una tragedia antes de conocer el triunfo. El 6 de febrero de 1958, la historia del Manchester United cambió para siempre cuando un accidente aéreo se cobró la vida de muchos de los integrantes de la inolvidable generación de los Busby Babes, como le ocurriría a Zambia 35 años después. Un club, una ciudad y un país entero lloraron la pérdida de los talentosos jóvenes, entre ellos jugadores como Duncan Edwards, Tommy Taylor y Billy Whelan.
El técnico Matt Busby reconstruyó el equipo en torno a Bobby Charlton, quien, acompañado de hombres como George Best y Nobby Stiles, se mediría diez años más tarde con el Benfica en Wembley, en la final de la Copa de Europa. Gracias a su triunfo por 4-1, se adjudicaron su primer trofeo continental, y esa década de esfuerzos y reconstrucción es considerada, todavía hoy, un periodo fundamental en la historia de un equipo como el United, que posee un palmarés repleto de títulos.
De nuevo en pie
Japón viajó el año pasado a Alemania, para participar en la Copa Mundial Femenina de la FIFA, con una catástrofe aún muy presente, la del terremoto y el tsunami que habían devastado el este del país en el mes de marzo. El equipo, mostrando una gran bravura, alcanzó la final, tras dejar por el camino a oponentes de la talla de la selección anfitriona, que era favorita, y alzó el trofeo al imponerse en la tanda de penales a Estados Unidos. El periódico japonés Sports Nippon dijo que había sido “como una película”.
Es uno de los mayores éxitos deportivos de la historia del país, y tanto los medios de comunicación como la ciudadanía lo consideraron una oportunidad para unirse en las celebraciones y olvidar la crisis que atravesaban. Una de las jugadoras derrotadas en la final, la norteamericana Abby Wambach, comprendió lo que significaba para el país asiático, y declaró a FIFA.com: “Creo que Japón, que ha sufrido tanto, necesitaba ganar casi más que nosotras. Me gusta pensar que este triunfo puede llevar un poco de esperanza y alegría al pueblo japonés”.
Irak protagonizó una gesta similar en la Copa Asiática 2007, cuando atravesaba momentos muy difíciles. Su selección se convirtió en un símbolo de hermandad, con jugadores suníes, chiíes y kurdos, que contra viento y marea consiguieron coronar la cima del fútbol asiático.
Mientras el país sufría un baño de sangre, el conjunto iraquí venció 1-0 a Arabia Saudí en Yakarta, y mostró al mundo una imagen muy distinta de la de una nación asolada por la guerra. El Primer Ministro Nuri al-Maliki dijo entonces: “Nuestros Leones de los Dos Ríos han dado al mundo una importante lección. A base de decisión y tenacidad, se hicieron con la victoria. Podían conseguirlo con tal de que estuvieran decididos a ganar”.
A veces un título también tiene un sabor especial si llega tras décadas de sequía, y más aún cuando parece que al equipo se le va a negar su momento de catarsis. Esto fue lo que experimentó Racing Club, siempre a la sombra de su vecino, Independiente, y de los pesos pesados del cercano Buenos Aires, en medio del caos en el que se encontraba sumida Argentina en 2001.
El descontento reinaba en el país, se había decretado el estado de sitio y estaban produciéndose disturbios en la capital, con un balance de varias personas muertas en las calles. Racing tan solo necesitaba un punto en su último partido para poner fin a una espera de 35 años sin el título de liga, y todo indicaba que el equipo iba a verse privado de su oportunidad histórica. Pero se decidió que se jugasen los dos últimos y decisivos encuentros —River Plate también tenía opciones—, una semana después de las sangrientas protestas y de la dimisión del Presidente Fernando de la Rúa.
River venció a Rosario Central, por lo que Racing estaba obligado a conseguir al menos un empate contra Vélez Sarsfield. Cuando sonó el pitido final, el marcador señalaba un 1-1, y se desató la euforia entre los hinchas de Racing, que invadieron la cancha extasiados, después de 35 años de frustración. Era el resultado que aguardaban todos los espectadores neutrales, y pasó a la historia como un momento de alegría en un periodo muy triste de la historia del país.
*Con información de FIFA
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