Viernes 18 de mayo de 2012.– Italia, país de grandes zagueros, ha engendrado toda una pléyade de jugadores talentosos en las distintas demarcaciones de la línea defensiva. Sin embargo, dos laterales dejaron su huella para siempre en esa parcela. Uno de ellos, Giacinto Facchetti, quedará en los anales como el hombre que inició la emancipación de los carrileros; esos defensas completos que, poco a poco, empezaron a apoderarse de toda su banda.
El otro, Paolo Maldini, simboliza la elegancia en estado puro, la anticipación en lugar de la intimidación. FIFA.com rinde homenaje a este jugador ejemplar, que, en 24 años de carrera profesional en el fútbol de clubes y 902 partidos oficiales (647 de ellos en la Serie A italiana), siempre vistió una misma camiseta: la rossonera del AC Milan.
Paradójicamente, podría decirse que Maldini tampoco tuvo mucho mérito. No en vano, desde la cuna fue bendecido por los dioses del calcio. Con un padre como Cesare, intratable central y lateral derecho internacional que militó en el Milan de 1954 y 1966, e imbuido por la férrea cultura del catenaccio, difícilmente podría haberse resistido al gusanillo del defensa. Así, ya en 1978, con apenas 10 años, se incorporó a la cantera milanista, donde enseguida impuso su elegancia innata, su comportamiento irreprochable y su sentido de la colocación; cualidades que no dejó de mejorar con el paso de los años. Igual de rápidamente acalló también a las malas lenguas, y el presunto “hijo de papá” desapareció, para ser simplemente Paolo.
El talento y la suerte
Fue un antiguo compañero de equipo de su padre, el sueco Nils Liedholm, quien le hizo debutar en la Serie A el 20 de enero de 1985 con 16 años y 208 días, en un partido contra el Udinese (1-1). A partir de la temporada siguiente, se convirtió en un titular fijo. Entonces ignoraba que, de hecho, acababa de firmar un contrato de más de dos décadas con el Milan. Y es que, además de sus numerosas cualidades en el plano técnico, táctico y físico, Paolo Maldini también tenía suerte…
En primer lugar, la de llegar en una época en la que Italia ya no se encerraba en una defensa a ultranza y ciega, sino que se abría a un sistema de juego que, en vez de eso, necesitaba la aportación ofensiva de los laterales. En ese fútbol de bandas, una expresión hoy de moda, Paolo causó sensación en plena explosión del fútbol televisado.
Además, tuvo también la suerte de jugar en una de las mejores defensas que se hayan visto en un club: Mauro Tassoti, Franco Baresi, Alessandro Costacurta y Maldini. Aunque la mayoría de las veces jugaba en la parte izquierda de la defensa, Paolo Maldini era un diestro nato, si bien ejercía a la perfección de ambidextro.
Después de una temporada y media con los sub-21 de Italia, su debut con la Nazionale absoluta cayó por su propio peso el 31 de marzo de 1988, en Split contra Yugoslavia (1-1). A partir de entonces, los títulos se fueron sucediendo a gran ritmo. Bajo su liderazgo, la escuadra milanista se adjudicó, entre otros logros, 5 Ligas de Campeones de la UEFA, 7 scudetti, 2 Copas Intercontinentales y 1 Copa Mundial de Clubes de la FIFA. Un palmarés mareante si pensamos que, asimismo, ¡perdió 2 finales de Liga de Campeones y 3 de la Copa Intercontinental!
Una filosofía y un golpe
El zaguero atribuía esos éxitos sobre todo a la filosofía de su club. “El Milan siempre ha procurado crear su propio juego antes que tratar de destruir el de su rival”, explicó. “Las personas han cambiado, pero no la filosofía”. En cuanto a las derrotas, demostró tomárselas con mucha filosofía al señalar: “He acabado por aceptarlas como una parte integrante del juego”.
Maldini deslumbraba, pero al término de la campaña 1996/97 perdió un poco de su aura y se sintió huérfano, después de que Franco Baresi, el gran organizador de los movimientos de la defensa, decidiese colgar las botas. Entonces, el AC Milan tomó un par de decisiones: retirar la camiseta con su número, el 6, y que Maldini ocupase su puesto. Así fue como se convirtió en el capitán del grande lombardo, pero también de la Squadra Azzurra.
Sin embargo, como todo el club, Maldini acusó el golpe en la siguiente campaña, dada la tremenda influencia que ejercía el líbero (y en su caso más, al tener que adquirir los automatismos de la posición de defensa central). Algunos empezaron a pensar que Paolo Maldini iniciaba su declive, hasta que se produjo un nuevo golpe de efecto: Alberto Zaccheroni llegó como entrenador e impuso rápidamente una defensa de tres. Así, Maldini regresó a su querida banda y, como por ensalmo, todo el equipo del Milan renació de sus cenizas para conquistar un nuevo título liguero. Después, ya metido de lleno en la treintena, se instalaría definitivamente en el eje de la zaga, donde su sentido de la colocación hizo maravillas.
Mucho más que un palmarés
La gran espina en la carrera de Paolo son esas dos finales perdidas que le privaron de un gran título con la Nazionale. En la primera, la final de la Copa Mundial de la FIFA 1994, no tuvo nada que reprocharse, porque el partido concluyó con 0-0, y no participó en la tanda de penales fatal para Italia. En la segunda, la de la Eurocopa 2000 contra Francia, los dos tantos franceses no llegaron por su banda, y fue víctima por primera vez de un gol de oro, una regla que no acabó triunfando.
Maldini puso fin definitivamente a su carrera internacional tras la eliminación de Italia ante la República de Corea en los octavos de final del Mundial 2002, celebrado en tierras asiáticas, y de nuevo… con un gol de oro (2-1). Pese a ello, su carrera con la camiseta azzurra se reveló ejemplar. En total, fue internacional en 126 partidos, 74 de ellos como capitán, y durante mucho tiempo ostentó el récord de internacionalidades, antes de ser destronado por otro defensa central, Fabio Cannavaro (136).
Sin embargo, no se puede reducir a Maldini únicamente a su palmarés, por muy excepcional que sea. Sobre el césped, o lejos de él, tanto en su juego como en su comportamiento, siempre fue un tipo ejemplar. Igualmente, se antoja imposible encontrar rastros de un mal gesto por parte de un jugador al que a menudo se describe como un caballero. La mejor prueba es el hecho de que solamente viese una tarjeta roja (y encima, en un partido de preparación) en más de mil encuentros oficiales. Poco antes de su retirada, los tifosi del Inter, el gran rival, quisieron rendirle homenaje en el último derbi que disputó: “Fue una sorpresa maravillosa”, aseguró al respecto. “En el plano humano, creo que se trata de una de las mayores satisfacciones que he tenido nunca”.
Maldini, verdadero ejemplo de profesionalidad y símbolo de altruismo para sus compañeros, se mantuvo fiel a sus principios hasta el final. Como hombre discreto, no quiso que se organizase una gran ceremonia en su honor el día de su marcha. Prefirió “una fiesta sobria”, según sus propias palabras. “Como mi carácter”, añadió.
*Con información de la FIFA
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